viernes, 15 de mayo de 2009

Hijos del Winnipeg recuerdan desde el exilio


Lunes 11 de mayo de 2009
Por Emlio Leighton V. / La Nación
En septiembre se cumplen 70 años de la llegada del vapor francés

Hijos del Winnipeg recuerdan desde el exilio

Siete décadas después de la llegada a Valparaíso de más de 2.500 refugiados de la guerra civil española, el barco que alquiló Pablo Neruda en Burdeos se mantiene más vivo que nunca, especialmente en el corazón de los hijos chilenos de los asilados republicanos que tuvieron que sufrir también el destierro por parte de la dictadura de Pinochet.
"Nunca me tocó presenciar abrazos, sollozos de dramatismo tan delirantes. El Winnipeg fue lo más importante que hice en mi vida", exclamó Pablo Neruda al ver cómo, uno a uno, bajaban del barco los dos mil 500 españoles que habían logrado salir de los campos de concentración creados por Francia en la frontera con España, tras una guerra fraticida que preveía la victoria del bando nacionalista sobre un caótico gobierno republicano.
A cuatro meses de cumplirse 70 años de la llegada a Chile del "Winnipeg, el barco de la esperanza", los hijos de estos españoles -pescadores, artesanos, agricultores, obreros, zapateros e intelectuales-, que se instalaron en la sociedad nacional y aportaron una riqueza inmensa para el desarrollo del país desde el punto de vista intelectual, social y económico, se reunieron en Madrid para decir "No" a la nueva ley de asilo que tramita el Gobierno de España, y que endurecerá los petitorios de los perseguidos en sus países.
Todos rondan los 50 o 60 años. Se llaman compañeros y compañeras. Tienen sangre española y chilena y, por caprichos del destino, han tenido que sufrir el mismo destierro que sus padres: huir de la barbarie autoritaria. Son el ADN del vapor Winnipeg, el barco francés que Pablo Neruda, con ayuda del Gobierno de Pedro Aguirre Cerda, alquiló en Burdeos, en el puerto de Trompeloup-Pauillac, y que zarpó el 4 de agosto de 1939, llegando a Valparaíso un mes más tarde.
Y el seminario "48 horas por el Derecho de asilo", organizado por Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) en el barrio Universitario de Madrid, les permitió a estos chilenos-españoles recordar lo importante que es el asilo contra la opresión.
"Han vivido un segundo exilio muchos de los hijos de españoles republicanos que llegaron a Chile. Nosotros somos otra generación que se tuvo que esparcir, por obligación, de nuevo", señala Ana María Flores, perseguida por la dictadura de Pinochet y presidenta de la Asociación Hispano-Chilena Winnipeg.
"En España se está discutiendo una modificación de la ley de asilo que resulta bastante restrictiva y absurda, con pérdidas de garantías y derechos para la actuación diplomática, donde habrá listas negras de países y donde el Ministerio del Interior discriminará según el nivel de la inmigración. Por eso, es elemental recordar nuestra situación y lo esencial que es el derecho a asilo", continúa Flores.
Al encuentro llega una veintena de exiliados que, con pasión, defienden también el rescate de la memoria histórica. "Somos exiliados en todos lados. Chile, ahora, no es el país que dejamos en 1973. Pero seguimos echando de menos el olor a mar, la comida, nuestros amigos", añora Fernando Llagaria, presidente de la Casa de Chile de Valencia.
La verdad es que la Asociación Winnipeg es lo más parecido a una familia: apenas se juntan comienzan a hablar del Café Coppelia o el Café Miraflores, o a revivir sus anécdotas en el país que les vio nacer.
Neruda se moviliza
A comienzos de 1939, mientras Neruda está trabajando en Isla Negra, en el "Canto general", recibe una carta de su amigo, el poeta Rafael Alberti, quien le informa de los problemas que tienen los civiles partidarios de la República para escapar de la avanzada nacionalista. Neruda vislumbra la pronta caída de la capital española y pide ayuda a Aguirre Cerda. El poeta es nombrado cónsul especial para la Inmigración y se funde en un duro trabajo de oficina en París, recortando fotos para pasaportes y recogiendo cientos de solicitudes de refugiados para poder ir a Chile.
Finalmente, el vapor, con capacidad para 200 pasajeros, zarpa de Burdeos con 2.500 personas a bordo. La disciplina se cumple a rajatabla. Cada uno tiene unas tareas. Se divierten cantando, riendo y montando obras de teatro. Pero todos están nerviosos, el mar esta infestado de submarinos alemanes. El 15 de agosto cruzan por fin el canal de Panamá y llegan al puerto en la madrugada del 3 de septiembre.
Los primeros refugiados en bajar gritan: ¡Viva Chile! Y lo primero que escuchan de los chilenos que esperan al barco es: "Mira gallo, la cabra que lleva ése". El recuerdo, entre risas, es de Marta Baldín, cuyo padre David, era parte de la tripulación.
Matilde Martín agrega que su padre, Isidoro, solía valorar la acogida de los chilenos. Primero en el Muelle Prat de Valparaíso, apenas llegaron, y luego en la Estación Mapocho, donde recibieron homenajes y fiestas. "La gente fue muy solidaria con nuestros padres. Organizaban rifas, kermeses y obras teatrales para darles dinero a los republicanos", señala.
Asiente Fernando Llagaria. Su padre, José, nunca olvidó la ayuda chilena: "Hubo colectas en todas las regiones para ayudar a los recién llegados y eso mi padre nunca lo borró de su mente".
El pasado vuelve a la familia
Las canciones de la guerra civil española fueron un potente estímulo para quienes apoyaban la llegada de la Unidad Popular a La Moneda. Muchas, como "Venceremos" o "No pasarán", se basaban en los poemas del poeta y amigo de Neruda, Federico García Lorca.
"Nunca salí de Chile, pese a la violencia de la dictadura, porque vi lo traumático que fue para mis padres el exilio desde España", dice la periodista Manola Robles, encargada de prensa de la embajada y también hija de refugiado. "Fue tan desgarrador porque los españoles son muy regionalistas, ellos se definen como catalanes, asturianos o gallegos, etcétera. Para un español estar exiliado es muy duro. En mi casa sólo se hacía comida española, muy poca comida chilena", añade.
También sabe Jorge Martín lo duro que es el exilio, especialmente porque fue torturado por los agentes de la dictadura. Sufrió igual que su padre, Isidoro, un zapatero de la ciudad de Toledo que luchó en la guerra civil. Aunque lo más doloroso para él es no poder volver a Chile: "Somos más de cien chilenos que no podemos volver, algunos porque tienen penas de extrañamiento y otros porque fueron protagonistas de la fuga del 29 de enero de 1990, en los últimos días de la dictadura, desde la cárcel pública de Santiago. Creo que la Concertación está en deuda con nosotros, no somos terroristas ni hemos hecho nada malo en Chile"
El tema de la guerra civil sigue siendo para ellos el punto de partida de muchas conversaciones, como atestigua su hermana Matilde Martín. "Yo creo que es muy importante la memoria histórica para que esta situación traumática no vuelva a ocurrir. Mi padre se sentaba en su sillón y nos contaba de lo duro de la guerra, como los campos de concentración en Francia, donde se tenía que tapar con arena para resistir el frío. Si él hubiese estado vivo para el golpe de Estado habría sido terrible para él", cuenta.
El sufrimiento une a las familias. Este es el caso de Manuel Foncilla y Ana María Flores, quienes debieron soportar el exilio, la tortura y el secuestro de una hija en 1973. El padre de Manuel, Ramón, ya sabía lo que era el exilio, el dolor de una guerra y visualizó la catástrofe del 11-S. "Mi padre al saber los primeros informes de las votaciones del ’69, que no daban ganador a Salvador Allende, apagó la televisión y la radio. Todos lo apoyábamos y nos aprestábamos a ir a la FECh a esperar los resultados. Cuando le contamos que había ganado Allende, hubo tal alegría que nos quedamos en la casa a celebrar y mi padre dijo: ‘Mañana mismo me hago chileno’, aunque se olía que podía pasar lo mismo que vivió en el ’39", recuerda Foncilla.
El Winnipeg de Neruda acabó siendo una nueva oportunidad de vida para los refugiados, pero también un aporte para Chile. Fue un puente que trajo sabiduría y lucha, que llenó de riqueza humana al país con ciudadanos como los pintores José Balmes y Roser Bru; el profesor y diseñador gráfico, Mauricio Amster; el ya desaparecido historiador, Leopoldo Castedo; el periodista deportivo, Isidro Corbinos o los tres hermanos Pey: Raúl, Víctor (ingenieros) y Diana (música), entre otros más de dos mil hombres y mujeres que no alcanzamos a nombrar acá.
Sin embargo, lo más importante es que el barco vapor de Neruda transformó a Chile en una tierra libre que sigue acogiendo a todos los perseguidos y refugiados políticos sin importar su tendencia política, y transformó, definitivamente, al poeta en el hijo que España siempre recuerda con cariño y respeto. LN
Historia de los 17 asilados republicanos en la embajada de Chile en Madrid
Chile y otros países sudamericanos firmaron en abril de 1939 el tratado del “Derecho al Asilo y al Refugiado” que señalaba: “Toda divergencia que suscite la aplicación de este tratado será dirimida por vía diplomática o por un tribunal internacional de justicia”.
Entre 1937 y 1939, la embajada chilena en Madrid acogió a una gran cantidad de refugiados, tanto franquistas como nacionalistas. Cuando la capacidad del recinto no fue suficiente para los 700 asilados, las legaciones de Guatemala y El Salvador colaboraron.
Tras la victoria del bando liderado por Francisco Franco, y con las tropas nacionales en las calles de Madrid, 17 republicanos se refugiaron en la embajada. Carlos Morla Lynch, embajador y encargado de negocios, contactó al general Jordana, quien ejercía como ministro de RREE, para conseguirles salvoconductos de viaje. Pero la respuesta fue negativa y el nuevo gobierno ordenó que los refugiados fueran entregados, ante lo cual la embajada chilena, que se negó, debió resistir una decena de ataques de los falangistas en busca de sus enemigos.
Chile recurrió entonces al tratado de Montevideo y todos los países sudamericanos apoyaron al Gobierno de Pedro Aguirre Cerda en esta lucha diplomática, que terminó en pelea con los 17 republicanos, varios de ellos parte de la “Alianza Antifascista de Escritores”, viajando hacia el nuevo continente.
“Allí estaban los escritores Antonio Aparacio Herrero, Pablo de la Fuente y Antonio de Lezama, entre otros. Para pasar el tiempo en la embajada editaron un diario, Cometa, y una revista cultural llamada Luna, que era semanal, mecanografiada, con artículos a mano sobre poesía y artículos literarios. Llegaron a sacar 60 ejemplares por día. Analizaban la situación de España aunque estaba más enfocada a la literatura que a la política, para no comprometer a la embajada. Lo increíble es que pese al momento crítico que vivían, el nivel era excelente”, recuerda Manuel Foncilla.