martes, 21 de febrero de 2012

Memorial por las víctimas del Plan Cóndor

El secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde, y su par brasileña, María do Rosario Nunez, inauguraron en Brasil el "Memorial sobre las violaciones de derechos humanos a las víctimas de la Operación Cóndor y otros episodios de coordinación represiva ilegal en Sudamérica".

Durante la presentación de la obra, a la que asistieron, entre otros, Leonardo Boff y Boaventura do Santos, en el marco del "Forum Social Temático", Nunez señaló que "los actos represivos coordinados en el Cono Sur a lo largo de décadas no son conocidos en su totalidad por los pueblos de la región". El monumento fue emplazado en la ciudad de Porto Alegre porque "debido a su localización geográfica fue teatro de diversas acciones represivas", explicó la funcionaria del gobierno de Dilma Rousseff.

Asimismo, hizo hincapié en que el memorial "se inscribe en los acuerdos celebrados en la Reunión de Altas Autoridades de Derechos Humanos del Mercosur" y ponderó "el liderazgo de la Argentina en esa materia", al calificar como "ejemplar" su política de memoria, verdad y justicia.

Frente al monumento, localizado en el ex Palacio del Correo, Duhalde manifestó que "la experiencia de nuestro país prueba que el proceso de justicia fortalece ética y políticamente a la democracia", quien agregó que "la coordinación ilegal no empezó con los acuerdos del Plan Cóndor, sino en la década del '60 mediante acuerdos entre varias dictaduras y fuerzas represivas de democracias débiles, adquiriendo el carácter de plan sistemático en la década del '70". El funcionario celebró que "la política de la memoria hoy es patrimonio común de los países de la región al amparo de los procesos de profundización democrática que vive América latina" al señalar que "los mismos sentimientos de aquellos militantes, intelectuales, estudiantes y trabajadores están unidos en el sueño común de una Patria Grande".

"Esos procesos no significa quedarnos en el pasado, sino recuperar sus enseñanzas en función del presente y la proyección de un futuro venturoso de democracias consolidadas", concluyó.

Página12

domingo, 12 de febrero de 2012

La represión franquista contra la mujer: las rapadas

Loida Díez Jiménez *

Mujeres rapadas en Oropesa (Toledo) por ser familiares de republicanos. / sbhac.net

Poco se ha hablado acerca de la represión ejercida sobre las mujeres republicanas —específicamente sobre ellas— durante la Guerra Civil y la posguerra. Numerosos trabajos se han centrado en una especie de «limpieza sistemática» de los rojos durante la contienda y/o los vencidos en los años posteriores, pero pocos han abordado a fondo las características concretas de la persecución y humillación que las mujeres rojas sufrieron durante el franquismo. Y es que la Guerra Civil española, y la posguerra, pueden tener una lectura de género que, en la actualidad, nos parece de vital importancia. En efecto, las mujeres republicanas fueron víctimas de una serie de abusos «institucionalizados» que vale la pena analizar en profundidad.

La imagen de mujer que había comenzado a extenderse durante la Segunda República permitía un cierto «escape» respecto a la rigidez previa y, aun más, respecto  a lo que vino después. Si bien no habían cambiado ciertos estereotipos de feminidad, las mujeres durante la Segunda República sí pudieron encontrarse identificadas con un patrón de conducta que permitía la actividad, la decisión, la participación activa y necesaria que las requería —bien como madres, bien como milicianas cuando estalló la guerra— de una manera profundamente novedosa. Así, desde el 18 de julio de 1936, el modelo de mujer roja pasó a formar parte de una suerte de «demonización» de lo que debía ser una mujer. Es decir, el demonio pasó a ser la mujer roja.

Durante la Guerra Civil, la represión de la población fue convirtiéndose en la nota dominante y constante del avance del ejército sublevado. Según avanzaban las tropas franquistas y «liberaban» pueblos y ciudades, se instalaba en estos una particular forma represora que afectaba a hombres y mujeres —rojos todos, o supuestamente rojos— de diferente manera. Mientras ellos, los varones republicanos, habían caído en el frente, eran ejecutados o huían (algunos «se echaban» al monte) ante la llegada inminente de los militares sublevados, ellas permanecían en los pueblos, a cargo de sus familias, en la más absoluta miseria y sabiéndose perseguidas.

Así comenzó a extenderse el corte de pelo al rape y la ingesta de aceite de ricino como una manera de humillar, vejar y «marcar» a todas esas mujeres que, a fin de cuentas, venían a reflejar lo más recriminable de la feminidad desde el punto de vista de los sublevados y del orden que pretendían imponer y que, de hecho, impusieron. En efecto, las autoridades del pueblo (Falange, Guardia Civil, requetés…) detenían a las mujeres, les rapaban el pelo al cero —a veces les ponían una banderita roja colgada de un pequeño mechón en la frente o en la nuca—, las obligaban a beber aceite de ricino para provocarles diarreas y las «paseaban», mientras se cagaban encima a causa del purgante, por las principales calles de las poblaciones «liberadas», en ocasiones acompañadas por la banda de música del pueblo.

La historiadora francesa Maud Joly, en su trabajo titulado Las violencias sexuadas de la guerra civil española: paradigmas para una lectura cultural del conflicto (Historia Social, núm. 61, 2008), ha estudiado en profundidad el fenómeno del empleo del cuerpo de la mujer como frente de guerra en el que humillar y vencer definitivamente al enemigo. La práctica del rapado de pelo durante la Guerra Civil y la posguerra (la práctica reaparecerá más tarde en Francia con las mujeres acusadas de colaboracionistas durante la Segunda Guerra Mundial) tiene un componente de marcación de los cuerpos que adquiere un carácter de táctica deliberada de combate.

Ya no se trata tanto de apartar, perseguir o vencer al enemigo, sino, más bien, de exhibir a modo de espectáculo una especie de «deformidad monstruosa» que, desde el punto de vista de los sublevados, se había desarrollado durante la Segunda República. En tribunales militares, que más parecían una burla, se decidía que ciertas mujeres debían ser castigadas por haber contribuido al derrumbe de la moral católica, por haber enarbolado una bandera republicana durante el «dominio rojo», o por haber participado en el saqueo de la iglesia del pueblo. Y así, tras las pruebas «de oídas» de algunos testigos —muchos aprovechaban para vengarse por antiguas rencillas—, se decidía que una mujer debía ser ejecutada o encarcelada durante treinta años. Pero fueron muchas más a las que, sin necesidad de pasar por juicio alguno, raparon, purgaron y exhibieron en la plaza de sus pueblos para escarnio público.

Durante la posguerra se instaló en el país un absoluto control social con un sistema de «abajo arriba» que impedía la menor disensión. Todo el mundo estaba vigilado y cualquiera que hubiera colaborado con los vencidos podía ser detenido, acusado de rebelión militar y ejecutado. Las mujeres vivieron esta persecución constante de una manera especialmente dolorosa y cruel. Se extendieron las violaciones y vejaciones sexuales en comisarías, cuarteles y cárceles en un intento de cosificar y deshumanizar a quienes los vencedores consideraban el germen de la «maldad» republicana. Ahora ya de un modo institucionalizado. Gracias a los testimonios de supervivientes recogidos por Tomasa Cuevas en su obra Testimonios de mujeres en las cárceles franquistas (Instituto de estudios altoaragoneses, 2009), podemos darnos cuenta de la profunda humillación —física y psíquica– que padecieron miles de mujeres durante los primeros años del franquismo. Pero no solo entonces; la práctica del rapado de pelo reapareció en España durante los primeros años sesenta como un método de represión sexuado ante las huelgas de la minería asturiana. Cabe preguntarse: ¿de dónde nace esa voluntad de marcar los cuerpos de las mujeres como una forma de castigo-dominio público?; ¿qué se oculta tras ese gesto arbitrario y exhibicionista que se sirve del cuerpo de la mujer como un territorio de combate para demostrar el poder de quienes lo ejercen?

De nuevo nos encontramos ante preguntas que enlazan directamente con una cuestión política, moral y de género en la que a la mujer siempre le ha tocado representar el papel de víctima. Por fortuna, el tema comienza a despuntar, y tanto historiadores como estudiosos/as de diversas disciplinas han comenzado a escuchar y a difundir los relatos y las voces de quienes históricamente han estado silenciadas. No hay mejor arma que la escucha. Y nuestro pasado reciente nos obliga a escuchar para evitar caer en el terreno trágico del olvido.
(*) Loida Díaz Jiménez es editora.
cuartopoder

miércoles, 8 de febrero de 2012

JORNADA "ACABEMOS CON LA IMPUNIDAD FRANQUISTA".

El próximo 18 de febrero, en sesiones de mañana y tarde, tendrá lugar la jornada "ACABEMOS CON LA IMPUNIDAD FRANQUISTA", convocada por la Plataforma  Contra la Impunidad de los Crímenes Franquistas. 

Programa:

"ACABEMOS CON LA IMPUNIDAD FRANQUISTA".


Los trabajos se organizarán en sesiones de mañana y tarde, sobre cuatro informes:

De 10 a 14 h.

1- Impunidad y derecho internacional. A cargo de Miguel Ángel Rodriguez. (1hora). Debate.( 1 hora).

2- La actualidad de la exigencia de verdad, justicia y reparación de las víctimas. A cargo de Pedro López López (1 hora). Debate (1 hora).

 
De 16,30 a 20,00
3-Memorial de víctimas. Ricardo Métola.( 1 hora). Debate (1hora).

4-Conclusiones e iniciativas. Ildefonso Gómez (1 hora). Debate (1 hora).

Participarán, además, otros especialistas como Gregorio Dionis (equipo Nizkor), Joan Tardá, Luis de Manuel, a los que haremos hueco por la tarde, ADEMÁS DE VÍCTIMAS Y FAMILIARES.


Lugar: C/ Luciente, 7 (Latina). Local del Colectivo de Artistas


 
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domingo, 5 de febrero de 2012

Memoria contra la impunidad: musica y palabras para ex-presar

El próximo lunes 6 de febrero, en el Teatro Bellas Artes de Madrid, se celebra un homenaje a las víctimas de la represión franquista en el momento en el que estamos viendo y viviendo el juicio del Tribunal Supremo contra el juez que trató de investigar los crímenes de la dictadura 

Las entradas pueden adquirirse a llamando a: TELENTRADA 902101212

Memoria contra la impunidad