Por Ángel Carcavilla / Columnista LND
Domingo 6 de septiembre de 2009 | | LND Cultura
Cuando me preguntan por lo raro de mis apellidos, simplemente digo que son winnipenianos. Hace 70 años llegó mi familia a Chile, arriba del barco de la esperanza (como erráticamente lo llamó Pablo Neruda). En el Winnipeg venía mi padre Antonio Carcavilla Laguarta, su hermano y mis abuelos paternos, Eduardo Carcavilla Marcuello y Carmen Laguarta Fañanas, junto al padre de mi madre Ángel Portoles Trens. Todos aragoneses, todos republicanos.Venían de un mundo de polos opuestos, oscilante de peligro y pasión, una tierra de nadie, donde las balas redoblaban y la vida se diluía en
La historia de mi familia resulta amargamente irónica, pero a la vez muy lírica, especialmente cuando hablaban de aquel mundo perdido que habían dejado atrás, una historia mítica fallida que simplemente les hacía más fácil vivir un presente igualmente fallido. Aquí se levantaron una vida tan adversa como fascinante pero, al mismo tiempo, amenazadoramente claustrofóbica, donde convivían el Chile de aquel entonces con la memoria colectiva republicana.
Fundaron el club de la república, se casaron entre ellos, y nunca dejaron de cantar las canciones de
http://www.lanacion.cl/noticias/site/artic/20090905/pags/20090905171654.html
una historia maravillosa
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