Señores y señoras miembros de la Mesa,
Magnífico rector de la Universitat de Lleida, Secretaria General de la
Universitat de Lleida, Presidente del Consejo Social de la Universitat
de Lleida, y Decana de la Facultad de Derecho y Economía de la
Universitat de Lleida, a mi padrino, el Dr. Pere Enciso, y a los
asistentes, Magnífico rector de la Universidad Internacional de
Cataluña, Vicerrector de la Universitat Pompeu Fabra, Autoridades
académicas y civiles, Miembros de la Comunidad Universitaria.
Señoras y señores,
Muchas gracias por el honor que me
confieren. Permítanme que transfiera este honor a todos aquellos que nos
precedieron y que hicieron posible que ahora todos estemos aquí, en
este acto de celebración a una voz crítica y que me gustaría fuera un
acto de homenaje a todas las voces críticas que han hecho posible y han
contribuido al progreso, a la libertad y al bienestar y solidaridad que
ahora se están cuestionando.
En este acto quiero
empezar agradeciendo la voz crítica de mis padres y de su generación.
Hombres y mujeres que en su juventud participaron en aquel proyecto tan
ilusionante de reformar nuestro país, que fue la II República. Fue la
generación que intentó transformar Catalunya y España con reformas
sociales, laborales, económicas y culturales que intentaban romper con
el enorme conservadurismo que caracterizaba las élites económicas,
financieras y religiosas gobernantes de aquel tiempo.
Y entre estas
reformas estaba la de iniciar el reconocimiento de que el Estado
español era y continúa siendo un Estado plurinacional, admitiendo y
aceptando que Catalunya es una nación, con el derecho y con el deber de
defender su identidad, su cultura, su idioma y su personalidad y deseo
de ser nación.
Cada una de las
reformas fue interrumpida y destruida por el golpe fascista apoyado a
nivel internacional por Hitler y por Mussolini, imponiendo una de las
dictaduras más sangrientas y crueles que haya existido en Europa en
aquel periodo.
Me entristeció ver, al
retorno del exilio, que mis estudiantes universitarios sabían muy poco
de la historia de este país. Parecía cómo si creyeran que el dictador
era como una persona mayor con mal genio. Con mayor elaboración, esta
percepción se reproducía también en el discurso académico que subrayaba
que aquella dictadura era, según la sabiduría convencional, un régimen
autoritario, pero no totalitario, asumiendo erróneamente que aquel
régimen no intentaba cambiar la totalidad de la sociedad, como intentan
los regímenes totalitarios. Pero aquellos que vivimos y sufrimos aquel
régimen, sí que vimos el intento de aquella dictadura de intervenir a
las esferas más íntimas de la personalidad, desde nuestra lengua, la
lengua que hablaba nuestro pueblo, hasta las relaciones interpersonales,
e incluso en los sentimientos. Intento realizado con una enorme
brutalidad. Por cada asesinato político que cometió Mussolini, Franco
cometió 10.000, cómo ha documentado el profesor Malekafis, experto en el
fascismo europeo, de la Universidad de Columbia de Nueva York.
Y fue la generación de
mis padres la que sufrió aquella enorme represión. Es a ellos a quien
el país tendría que honrar. Muchos fueron asesinados, otros
encarcelados, muchos otros torturados, y todavía otros expulsados. Es
importante que les agradezcamos su sacrificio y que los honremos. Con
especial atención merecen serlo los maestros, entre ellos mis padres,
que fueron expulsados del Magisterio, siendo maestros de Gironella, en
el Bergadà, como miles y miles de maestros. Y otros que tuvieron que
exiliarse, como los miles y miles de catalanes y españoles que iniciaron
la diáspora republicana. Muchos de ellos –como mis tíos y tías- que
iniciaron el maquis francés contra los nazis, fueron detenidos y
enviados a campos de concentración nazis. Es a ellos y a todos los que
sobrevivieron a aquella pesadilla y que continuaron su lucha por la
democracia, la libertad y la justicia, estuvieran donde estuvieran.
Muchos de ellos acabaron en América Latina, que los recibió con los
brazos abiertos. A ellos también hay que honrarlos, pues sus voces
críticas ante las estructuras del poder dictatorial mantuvieron vivas
las aspiraciones por un mundo mejor.
Y en mis viajes
alrededor del mundo, he visto y saludado esta enorme diáspora
republicana tan olvidada en Cataluña y en España. Mis tíos y su
generación, combatientes antifascistas en España, y antinazis en
Francia, han sido olvidados en este país y honrados en cambio en
Francia. Este silencio ensordecedor en Cataluña y en España necesita, no
sólo una voz, sino un grito de protesta.
Y tenemos que honrar a
las generaciones de los años cincuenta, que iniciamos la resistencia
antifascista con las movilizaciones en las calles, y de los años sesenta
y setenta, con movilizaciones que forzaron el fin de la dictadura.
Nunca olvidemos lo que se intenta hacer que olvidemos: que Franco murió
en la cama, pero la dictadura murió en la calle. Sin aquellas
movilizaciones, lideradas por el movimiento obrero, la dictadura no
hubiera acabado.
La fuerza de las
movilizaciones fue lo suficientemente fuerte para que la nomenclatura
que gobernaba el Estado fascista se tuviera que abrir para permitir un
aire fresco de reformas. Pero hubo un enorme desequilibrio de fuerzas en
aquel momento histórico, llamado Transición, en el cual las fuerzas
conservadoras dominaban el Estado y la mayoría de los medios de
información y persuasión, mientras que las fuerzas democráticas
lideradas por las izquierdas acababan de salir de la prisión y/o volvían
del exilio.
Resultado de tal
desequilibrio, se estableció una democracia muy incompleta, con grandes
limitaciones en las formas de participación ciudadana en la gobernanza
del país, y con unas leyes electorales que sistemáticamente han
discriminado a las izquierdas.
Y esta es la causa de un
bienestar tan insuficiente. España y Cataluña, con más de treinta años
con un sistema democrático, continúan a la cola de la Europa Social. El
gasto público social por habitante continúa siendo el más bajo de la
Eurozona. Y esto no es porque seamos pobres. En realidad, España tiene
el 91% del nivel de riqueza de los países más ricos de la UE, es decir
de la UE-15. Y Cataluña tiene nada menos que el 110% de aquel promedio. Y
sin embargo, el gasto público social por habitante es sólo el 78% del
promedio de la UE-15 en España y el 82% en Cataluña.
La causa de este
retraso es la misma que en Grecia, Portugal, Irlanda y ahora Italia: el
gran dominio de las fuerzas conservadoras sobre sus Estados, que
determina unos ingresos bajos al Estado, como consecuencia de unas
políticas fiscales regresivas y un enorme fraude fiscal, realizado
principalmente por los sectores más pudientes de la población.
Pero este retraso
social va acompañado de la falta de resolución de otro problema grave:
la no resolución del carácter plurinacional del Estado español. Y esta
falta de resolución nos está llevando a la desintegración del Estado
español, de la cual son responsables, y muy en primer lugar, las voces
conservadoras jacobinas procedentes del nacionalismo español que en su
incapacidad de entender que España tiene varias naciones, está
estimulando el independentismo catalán. Negando el derecho de
autodeterminación están estimulando el sentimiento de independencia.
No soy partidario de
la independencia de Cataluña, pero entiendo el independentismo catalán.
Defiendo, como siempre defendimos las izquierdas, no sólo catalanas sino
también españolas, el derecho de autodeterminación que ahora se llama
derecho de decisión.
Es importante, sin embargo, reconocer
que estos sentimientos se están estimulando de una manera oportunista
para ocultar el enorme déficit social y las políticas de austeridad que
están dañando a las clases populares. Hay que ser crítico con las
fuerzas conservadoras en España que están utilizando el nacionalismo
españolista como manera de ocultar unas impopulares políticas de
austeridad. La evidencia de que esto está pasando es abrumadora. Hay que
ser crítico con esta realidad.
Pero hay que ser también crítico con
las fuerzas catalanas conservadoras que también están utilizando este
movimiento de protesta –que considero justo- para esconder unas
políticas de claro corte neoliberal que están dañando al pueblo catalán.
No es sólo el déficit fiscal, que existe y se tiene que eliminar, el
responsable del retraso social. Es la fuerza y alianza de clases, que se
traduce en la alianza política en las Cortes Españolas y hasta hace
poco en el Parlamento de Cataluña, entre las derechas a los dos lados
del Ebro, la que determina el enorme retraso social de Cataluña –y
también de España-.
Y aquí sí que encuentro muy pocas
voces críticas. En parte porque hay un gran control de los foros donde
tales voces tienen dificultades para participar.
Y es aquí donde querría acabar
haciendo algunas observaciones sobre el proyecto académico y
universitario. La universidad tiene que analizar la realidad que nos
rodea, con el rigor que tiene que guiar todo proyecte científico. Pero
el análisis de la realidad tiene que incluir la motivación de cambiar
tal realidad. Tenemos que conocer la realidad para cambiarla. Es
fundamental que la universidad se independice del poder financiero y
económico que tiene tanta influencia a la vida política y mediática del
país.
Por este motivo cuando
volví a casa, al país mío y nuestro, me preocupó en gran manera que se
estaba idealizando la academia norteamericana. Veo que los mismos
colegas que en los años cincuenta y setenta gritaban “Yankees go hombre”
ahora envían a sus hijos a los Estados Unidos. Me parece muy bien que
los estudiantes catalanes y españoles viajen también a los Estados
Unidos y aprendan de aquellos centros académicos. Ahora bien, me
preocupa que muchos queden totalmente seducidos y vean la luz pero no
las sombras de aquellas universidades, y muchos de ellos no vean la
enorme y excesiva influencia que el mundo financiero y económico de
aquel país tiene en la academia norteamericana. El enorme fracaso de la
comunidad universitaria de economistas de los EEUU de no saber predecir
la enorme crisis financiera es un indicador de ello. El conocimiento
académico de la economía está en quiebra.
Repito que queda mucho
para aprender. Y yo mismo –medio siglo de académico en aquel país- he
apoyado y continúo apoyando el intercambio. Pero es fundamental que el
proyecto académico catalán se base en una filosofía de servicio a las
clases populares y no a las estructuras del poder, pues nuestro servicio
tiene que ser precisamente dar a conocer la realidad que vive nuestro
pueblo para indicar y mostrar las intervenciones encaminadas a mejorar
su bienestar y calidad de vida.
Hace falta también redefinir
patriotismo catalán y patriotismo español, porque este es un sentimiento
muy vulnerable a ser manipulado. El más patriota es el que más hace
para mejorar la calidad de vida de aquellos que viven y trabajan en
Cataluña y/o en España, y muy en particular, las clases populares. Hay
que protestar por la utilización de las banderas para finalidades
clasistas anteponiendo la supuesta defensa de la patria al bienestar de
la población. Y esta observación se aplica a los dos lados del Ebro.
Cómo también hay que
evitar el otro extremo en el cual, en bases a un malentendido
internacionalismo, la defensa de la nación catalana queda diluida en una
homogeneización internacional que implica la pérdida de nuestra
identidad. Hay que sentirse hermanado con otros pueblos y naciones,
empezando, en nuestro caso, con aquellos a quienes el Noi del Sucre, el
gran dirigente del movimiento obrero de Cataluña, definió como “naciones
y pueblos de Iberia”. Respeto a aquellos que no se sienten cómodos con
este sentimiento e incluso simpatizo con ellos porque yo tampoco me
identifico con esta España oficial, y que es la España heredera de la
dictadura y de la Transición inmodélica. Esta no es mi España. Pero no
abandonaré la esperanza que otra España sea posible, y creo que está ya
surgiendo de las calles de las poblaciones de aquel territorio en su
protesta social que toma lugar cada día. Y no abandono tampoco la
esperanza de que tengamos otra Cataluña donde la mayoría del pueblo
catalán pueda elegir su futuro, con plena libertad y pluralidad
ideológica de los medios, que hoy no existe en Cataluña, ni tampoco en
España.
Espero que todos podamos continuar
trabajando en este proyecto con el sentido crítico tan necesario en
nuestro país. Así lo espero. Gracias por el honor.
Vicenç Navarro
Catedrático de Políticas Públicas
Universidad Pompeu Fabra
(discurso dado en catalán)
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