martes, 8 de noviembre de 2011

Ensayo: Ehrenburg, el otro ruso de la guerra civil


Carlos García Santa Cecilia - 04-11-2011

La Guerra Civil española, de cuyo estallido se acaban de cumplir los 75 años, fue una ocasión para que muchos intelectuales extranjeros miraran hacia la península en llamas. Algunos llegaron por primera vez, pero otros muchos culminaron una meticulosa y certera labor de acercamiento; algunos tuvieron un protagonismo político y periodístico inmediato, pero otros recorrieron el país buscando la esencia de la catástrofe en el rostro de las víctimas. Entre los segundos destaca el caso de Ilya Ehrenburg, cuya labor quedó eclipsada, tal vez, por el desmedido protagonismo político y mediático de Mijail Koltsov. Ehrenburg, sin embargo, eligió la literatura.

Cuando se habla de un ruso en la Guerra Civil Española, aparece, de forma casi inevitable, la figura omnipresente de Mijail Koltsov. Agitador político, propagandista incansable, periodista de éxito, Koltsov llegó a España nada más estallar el conflicto y permaneció en el país quince meses, durante los cuales informó puntual y apasionadamente a los millones de lectores que seguían sus crónicas en Pravda sobre lo que ocurría en el otro extremo de Europa. Además, fue los “ojos de Stalin en España” o, al menos, sus anteojos: pocos dudaban de que sus opiniones y consignas interpretaban o trasladaban la voluntad del Kremlin. A su regreso a la URSS publicó por entregas con gran éxito su Diario de la guerra de España. Stalin le invitó a su palco del Bolshoi y le felicitó. Le propuso –lo que sin duda constituía una gran honor– dar la conferencia de presentación de la Historia del Partido Bolchevique, un libro en el que participaba el mismo Stalin. La sala de la Unión de Escritores de Moscú estaba abarrotada el 12 de diciembre de 1938, cuando se celebró la conferencia, y aplaudió sin fisuras la intervención del camarada Koltsov. Esa misma noche, agentes del NKVD fueron a buscarle a su despacho de Pravda y desapareció para siempre sin que, hasta la fecha, conozcamos el motivo de su fulminante caída.

El libro de Paul Preston Idealistas bajo las balas dedica un capítulo a Mijail Koltsov. Preston desvela muchos de los misterios que rodean la trayectoria de este intrépido personaje. Desde la verdadera identidad del mexicano Miguel Martínez, su alter ego, hasta el nombre del acusador que precipitó su final: André Marty. Arturo Barea le presenta como iracundo y colérico, dando órdenes y organizando la defensa de Madrid; Heminway le consideró –en la piel ­del personaje Karkov de Por quién doblan las campanas– el hombre más inteligente que había conocido en España; Ilya Ehrenburg dijo que era un brillante periodista que resumía las virtudes y los defectos espirituales de los años treinta; no se explicaba cómo pudo tener semejante final alguien que “cumplió con honor cada tarea que se le asignó”. La razón, para Preston, hay que buscarla en la relación que Koltsov tuvo con España. El periodista era un convencido antifascista –en un tiempo en el que Stalin estaba a punto de pactar con Hitler–, y su entusiasmo por la noble lucha del pueblo español era sin duda un peligroso ejemplo para una Unión Soviética cada vez más enrocada en sus purgas, delaciones y miserias.

España como proyección de un sueño; España como campo de batalla donde está en juego el destino de la verdadera revolución; España como territorio donde construir la nueva sociedad proletaria... Es lo que se propone Koltsov en sus encendidos artículos de Pravda. Pero la percepción del conflicto español que tanto interesó al pueblo soviético habría quedado coja si no hubiera habido otro punto de vista. Mucho menos apasionado y más reflexivo, mucho menos político y más literario: el punto de vista de Ilya Ehrenburg.

Nacido en el seno de una familia judía de Kiev, Ehrenburg participó en los movimientos revolucionarios de 1905, por los que fue encarcelado durante varios meses. En 1908 llegó por primera vez a París –la ciudad que habría de convertirse en su segunda patria­– como emigrado político y allí escribió poemas influenciado por Verlaine y conoció a Apollinaire, Léger, Diego Rivera, Modigliani y Picasso. En 1915, Ramón Gómez de la Serna, un gran escritor español, le trató en la capital francesa y trazó de él el siguiente retrato literario: “La actitud de este ruso era misteriosa, sigilosa, pálida. Llevaba un gabán largo y un sombrero muy pequeño. Andaba como si le estorbase el paso un hábito de trapense. Siempre, también, parecía andar por el claustro, convirtiéndose en un largo claustro las calles por donde él pasaba. Diego María Rivera, el magnífico pintor mejicano, que residía en París, tenía una gran fe en él y solía decir: ‘Es el poeta más terrible y conmovedor de su país… Todos los rusos jóvenes le veneran y siempre están hablando de él silenciosamente. Las rusas se dejarían matar por él’”.

Regresó a Rusia en 1917, cuando estalló la Revolución de Octubre, y se integró en ella trabajando en tareas educativas. Durante la Primera Guerra Mundial había tenido su primera experiencia como corresponsal de guerra. Trabajó para un periódico ruso en Francia y descubrió su gran vocación periodística. En 1921, crítico con la evolución del proceso revolucionario, abandonó la URSS y vagó por Europa hasta recalar de nuevo en París, en 1925. Había escrito y publicado ya uno de sus mejores libros, Aventuras extraordinarias del mexicano Julio Jurenito y sus discípulos, según el título de la primera traducción española, que data de 1928 y lleva un prólogo de Nikalai Bujarin, gran amigo del autor y, al igual que Koltsov, ejecutado por orden de Stalin en 1938.

Desde siempre, Ehrenburg se había sentido atraído por España. “Como sucede a menudo”, escribe en sus memorias, “había comenzado a comprenderla a través del arte. En los museos de las diversas ciudades que visité me detuve largo rato ante los cuadros de Velázquez, Zurbarán, el Greco y Goya”. También se refiere a su pasión por la literatura española, especialmente la poesía clásica del Romancero, Gonzalo de Berceo, Jorge Manrique, Quevedo, y, sobre todo, Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita. Había aprendido a leer español (según Gómez de la Serna leía español, pero no hablaba una palabra) y descubrió en la poesía, en el Quijote y en los cuadros “un realismo cruel, una ironía constante... un estilo elevado sin patetismos”.

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